Morante de la Puebla: el arte hecho torero
Morante de la Puebla no ha sido solo un torero, ha sido un estado de ánimo. Cada vez que pisaba el albero, el tiempo parecía detenerse y el toreo recuperaba su sentido más puro: el arte de lo efímero. Su despedida en Las Ventas, cortándose la coleta tras abrir por segunda vez consecutiva la Puerta Grande, no fue solo el final de una carrera; fue la clausura de una era en la que el arte, la inspiración y la locura creativa convivían en un mismo hombre. Morante ha sido el último romántico de la tauromaquia moderna, un torero capaz de convertir una verónica en una oración y una faena en un manifiesto de libertad artística.
Con su marcha, el toreo pierde una de sus almas más impredecibles y brillantes. Su forma de entender la lidia, a contracorriente de la técnica impuesta, devolvía al espectador la emoción primitiva de la belleza y el riesgo. Habrá toreros más regulares, más medidos, más científicos… pero ninguno con la capacidad de estremecer al público con un simple pase. Morante no toreaba para el público, toreaba para sí mismo, y en esa autenticidad radica su leyenda.
*Foto cortesía de Alfredo Arévalo/Plaza1
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